La sirena despertó
y no podía
no podía simplemente
MOVERSE
Algo o alguien la había atrapado, la tenía cautiva. Apenas un poco de
agua en el fondo.
(¿En
el fondo de qué?)
Ya no estaba en el mar.
La punta de su cola escamada fue
a dar con algo rígido. Y forcejeó, pero en vano, porque estaba entubada en fino
vidrio, de una delicada pared, agudísima, extrema.
Se movió a los lados y sus manos
tocaron algo suave, y no había agua, casi nada.
(Estoy seca. Estoy seca. Pensó)
Sintió morir.
La piel de su torso desnudo se
adhería como una estampilla al reducido habitáculo, que aún no podía comprender
qué podría ser.
¿Dónde estoy?- dijo en lenguaje de
sirena, un poco cantando y otro poco llorando, y la lengua azulada de pez raro,
se secó.
Le costaba respirar.
Así erguida como estaba,
recordaba a un frasco de conservas exhibido en un mostrador. Se atrevió a mirar
más allá, con la intención de reconocer alguna cosa. Pero el cabello abultado, extensísimo, le
impedía ver con claridad, y sus ojos celestes se pusieron salados, se espesaron
y entonces todo borroso y difuso.
Lloró
largo rato. Se agitaba apenas en el espacio que la oprimía y compactaba. Una
presión en el pecho, un dolor en las caderas, un entumecimiento de la espina
dorsal.
Entendió
que era el fin (de su vida pasada al menos), y tal vez –llegó a pensar- es que
sea que ya estoy muerta.
“Una pecera”, se le ocurrió. Le
habían hablado de ellas. O quizás era un sueño maligno, o una alucinación.
Casi inmóvil,
agotada de sus propios pensamientos, comenzó a dormirse, eterna.
Una enorme mano la rodeó. La
sacudió con fuerza. Arriba y abajo, en posición
horizontal.
Volvió a despertarse.
Conmovida y golpeada.
(Estoy viva. Y duele)
De afuera parecían no verla,
pero ella estaba ahí y comenzaba a intuir algo.
La mano volvió a agitarla. Con
violencia. Luego se detuvo para arremeter con ella después, en la cavidad rosa
de algo blando y tibio.
Más tarde,
oscuridad.
Y otra vez la sensación de
asfixia.
Hervía.
Sintió que acabaría por
derretirse.
El infierno. Una tortura. El
aire, y estar tan lejos del mar.
(Tal vez ahora sí fuera el fin)
Algo de dulzura reconoció en la
mano que entonces la sacó de allí, y que con cuidado la apoyó sobre una mesa de
madera.
Desde esa perspectiva, algo mareada, confundida, observó que a su lado,
había un niño: recostado en una cama, con un pañuelo en la cabeza. Parecía
temblar y murmurar algo.
El pequeño, en su delirio
febril, creyó ver a una sirena, que desde adentro de un termómetro, parecía pedir ayuda.
La miró fijo, y por un momento
se encontraron.
A los dos les pareció, que en
verdad estaba sucediendo.
La sirena se entusiasmó.
Pero el niño descartó la idea. Y cerró los
ojos.