martes, 2 de octubre de 2007

Los marsupianos


No, los marsupianos, no son gente de confiar, como la letra hache y la v corta (corta porque no tiene palo que escapa del renglón), la otra sí, la otra escapa, siempre anda escapando, como los marsupianos, que cuando pueden se escabullen y disparan y se vuelven un punto en el espacio. A veces se metamorfosean: se esconden en dinteles de ventanas o en cuadros abstractos de colores brillantes, y entonces uno puede pasarse horas tratando de entender cómo es que de repente se volvieron tan planos, tan unidimensionales, si es que hay veces -esto se ha comprobado- que llegan a convertirse en dodecaedros en cuestión de segundos. Yo no sé... aún no he tenido esa experiencia. Sí puedo jurar (no sobre una biblia sino ante un jurado que verdaderamente se digne a juzgar) que una día estaba con uno de ellos en una sala de cine esperando comprar mi entrada para ver una película y éste se hizo todo zapato y rengueó hasta la puerta por la que después salió. En seguida me di cuenta que era marsupiano, por ese color en los ojillos que nunca los tienen del todo abiertos, y seguidamente me alegré de que mi teoría fuera acertada, dado el episodio del zapato que ya relaté.
Hace meses que los vengo observando. Están por todos lados, la gente se sorprendería si supiera el número que hay. La gente se sorprendería si supiera. Yo no quiero levantar mucho la perdiz, una vez levanté una y la verdad es que me dio mucha impresión. Tenía un ala rota (yo no sabía que tenía alas) más bien me parecía un cuis y a decir verdad contaba con poca información sobre el animal: sólo que era sabroso y que siempre se usaba para rimar finales de cuentos por su triste terminación “ices” que va muy bien con felices, aunque ahora que lo pienso no es del todo equivocada mi confusión con los cuises, pues estos animalillos terminan igual: a la parrilla o en la bolsa de algún cazador. Pero el punto es que yo no quiero levantar la perdiz y menos sobre un marsupiano, ya que eso puede ser de mal agüero. Los marsupianos son vengativos, son peligrosos, uno nunca sabe con lo que te pueden salir, pues te pueden salir por una oreja o por la alcantarilla de una calle una noche de verano. Esa estación les encanta. Yo les tengo miedo, ya que si hay humedad pueden pegarse a tu cuerpo con facilidad, y en el verano se anda con poca ropa. Yo creo que muerden o chupan, y hay gente que me dijo que les gusta extraer líquidos corporales tan importantes como la bilis o los ácidos estomacales que tanto nos ayudan a digerir los alimentos. Hacen las cosas por pura maldad, todo de bronca o por vandalismo. Se mueven siempre solos y operan en silencio. Se meten en tu casa y te esconden objetos de valor, o en la heladera y te pudren las frutas. Se dice que son demiurgos, que se parecen a duendes, que tienen cara de caballo, que vienen de Japón, que son un producto químico, una especie en extinción, un imago, una mezcla de ballena y mangosta, que son franciscanos, que hablan tres idiomas, que adoran los perfumes franceses, que no envejecen, que se reproducen en macetas, que ya hay criaderos, que se los vende clandestinamente, que pueden venir en latas abolladas de arvejas, que si los consumís te envenenan, que les podés pedir tres deseos, que tienen el poder de incendiar, que si te encontrás con uno en la calle tenés que hacer como que no lo viste, que si te descubren te pueden llegar a matar, pero que si tenés la suerte de advertirlos y guardás silencio, es un placer mirarlos desaparecer y preguntarte muchas veces cómo es que lo hicieron.

(2006)

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