miércoles, 9 de julio de 2008

adónde vas


Que entonces a los dos huesos los tiró al agua, y mientras los huesos se ablandaban, él le pegaba mazazos a un pescado hediondo que se había encontrado en el barro. Las uñas le estaban crecidas, y se le salían de los zapatos agujereados, así que en cuanto se sentó un rato a descansar en la silla de paja, se llevó el pie todo lo que pudo a la cara, y comenzó a morderse las uñas para emparejarlas. En eso, ve una serpiente que se arrastra tramposa entre unas medias viejas que había dejado en la puerta, y la ve venir y la enfrenta. La serpiente avanza, se le enrosca y no le da tiempo a suspirar. La mordedura es tajante, y entonces lo que está separado se une. Las estrellas brillan con violencia entre los árboles y esta noche parecen querer bajar del cielo. Los ojos entrecerrados logran ver el destello, lo fulminan. Desde la inmovilidad atina a mover un brazo que primero no le responde. Lo intenta otra vez y lo logra. Se endereza, se arrastra como para subirse de nuevo a la silla y allí se queda observando la olla. Ve como de ella, se escapan dos huesos que forman como dos piernas y caminan hacia él. Lo circulan despacio y entonces, hay un gesto, tal vez ese caminar gracioso que tienen los huesos, que lo tranquiliza, y pronto siente confianza para hacer una confesión, y los huesos se sientan a escucharlo, y así conversan largo rato. Entonces él ya le ve una boca y le dibuja con los ojos un cuerpo, un cuerpo azul que parece tener un prendedor de estrella en la solapa, y tal vez sea un policía. Y si es un policía qué bueno, para hacer la confesión y sacarse esa terrible presión de encima. Se convence. Esperá, que te traigo algo. Y de la heladera saca una grapita, y la sirve en dos vasos. No me vas a creer lo que hice. Se me fue todo de las manos, che. Yo solamente quería cazar una de esas chinchillas, y la hija de puta se me fue, pero no te pongás así que todavía no te dije nada, vení, que entonces la veo cruzar en el monte, tiro con la escopeta, y ahí se cruza esa mocosa. La puta que lo parió, la cagué, la cagué che, ¿por qué esto a mí? Y me acerco despacio para ver si la borrega respira, ¡y no me vas a creer la carita de ángel que tenía! ¡No, no!... me parece que tenia los ojos azules. Hija de alemanes, seguro. Una nena preciosa, y entonces qué voy a hacer, y ahí… ¡ahí! ¡ahí está la nena! mirala en la ventana. Vení, vení, no te asustés… Está asustada. Se levanta, hipnotizado y va hacia la ventana y siente que se le pierde en la espesura de la selva. Ay, no, no corras. Me tiene miedo, no. Y entra otra vez. Le duele la pierna. Los huesitos ya no están en su lugar. Qué solo estoy. El pescado se ha escapado de la mesa y ha dejado una estela de barro que indica que se ha ido por la ventana. No se vaya señor policía ¿en donde se habrá metido?… allá… allá y mete la cabeza de lleno en la olla y el vapor le da en la cara y le moja los ojos, y está llorando… no… ahí en el fondo de la olla está otra vez la ventana, y aunque el agua hierve, mete allí sus manos, el agua hierve sus manos y chorrea moco su nariz. Ahí estás, dice moqueando acuático. Y extiende su mano hervida. Agarrate de mí. Agarrate. No hay dolor. Nada duele tanto como ese recuerdo. Saca la cabeza. Se apoya doblegado en la pared. La maté, por dios, la maté. Maté a la gringa. Ay dios! Levanta su mano pesada y mata a otra mosca, y la noche aplasta la casa y lo aplasta

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