miércoles, 31 de octubre de 2007

Un tiempo muerto

Había una cara ahí, yo la vi, pero las cosas cambiaron.
A la vuelta de mi casa el árbol se había podrido: miles de inmensas moscas salían de su interior. Yo lo vi. La madera se bicheó. Vi la corteza descascararse, abrirse, mostrar su debilidad, su resignación. El árbol se pudre, y más allá, en la esquina, unos novios se casan. Yo lo vi. Pero los sentidos engañan, ya lo dijo un filósofo una vez y muchos otros tontos lo repetimos después. (¡Pero yo lo vi!)
Los ojos abicheados.
Vuelvo a mi casa y la puerta está cerrada, y unos chicos corren y me roban algo. Los chicos siempre me roban algo. Me quedo en la vereda, en la vieja vereda de mi viejo barrio. Amarilla. El barrio está como antes. Es la misma puerta (la que hoy no está) Yo estoy lejos. Muy adentro. Muy profundo. Yo habito un tiempo que no es el mío, un tiempo muerto y hermoso, el del recuerdo, un tiempo muerto.
Los chicos pasan y me roban algo.
En la casa de enfrente, casa fantasma, casa con rejas verdes y jardín, la abuela se mece en una silla. Habla con alguien. La abuela habla con alguien que no está. Es ella la que no está.
La puerta de casa sigue cerrada, pero yo puedo entrar al patio. Ahora se escucha el barullo de los chicos que corren, se los siente, pero no se los ve. Pasan, y me roban algo.
Atrapo con mi mano algo liviano, y lo asfixio con intención de matar, pero después abro la mano y se me escapa. Más allá en el fondo, hay una fiesta de cumpleaños, pero yo no estoy invitada. Me acerco a la torta y es para mí. Pero yo no estoy invitada. Yo cumplo 8 años. Edad hermosa la de los 8 años. Yo cumplo 16.
La torta no es para mí.
Soy intrusa. Soy ajena. Nadie me reconoce en aquel mundo. Pero yo estoy ahí. Yo los veo.
Yo volví.
No me fui.
No me voy.
Siempre vuelvo, y voy.
Vuelvo, y voy.
Quedo atrapada en esa vereda amarilla
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