lunes, 22 de octubre de 2007

una muerte feliz

Un tigre rojo salta y se agazapa sobre mi vientre. Me tira al suelo, tiene fuerza y me desagarra. La mirada impávida, la respiración helada, y la sangre caliente que libera mi cuerpo, me baña, y mancha ahora el vientre del tigre rojo cada vez más rojo.
Mis ojos azules hacen escarcha con las lágrimas del dolor profundo que me provoca la mordedura. En mi mente sólo esta imagen: la de la mordedura tajante, los dientes afilados, la incisión quirúrgica que el animal ha perpetrado sobre mi cuerpo blando. La herida fatal.

Siento la muerte. Me estoy muriendo. Me entumezco.

Alcanzo a recorrer con el ojo que quedó contra el suelo, la superficie en que me apoyo. La hierba verde y fresca, y una flor celeste que nace pequeña en la ranura de un tronco seco.
Los últimos recuerdos, son los de un escarabajo andando con dificultad entre las ramitas dispersas al pie de un pino viejo. El escarabajo negro y la hierba verde. El tigre rojo. Mi sangre roja.
¡Cuánta belleza!
Mis ojos azules hacen escarcha de las lágrimas livianas provocadas por la plenitud que siento en este momento. La plenitud aún en la muerte.
Una respiración profunda y adiós.
¡Cuánta belleza! ¡Qué bien me ha hecho morir!

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