jueves, 7 de febrero de 2008

La ebriedad y un día

El líquido se derramó como néctar, chorreó el mantel y se deslizó por debajo de la mesa del patio. Las aves se acercaron temerosas y comenzaron a beber. Al principio lo hacían tímidamente, pero después tomaban con su pico el líquido dulce una y otra vez con adicción. Llegaron otras. Eran veinte. Bebían desquiciadas. Pegaban gritos agudos y se peleaban entre ellas por aquel elixir. A la hora ya estaban ebrias, caminaban zigzagueantes y se chocaban entre sí. La fiesta duró un mediodía. Después empezaron a caer de a una. Avanzaban pocos pasos y se dejaban morir sobre la loza fría. El alcohol hizo una masacre. Eso pensó el dueño de la botella al ver al veintenar de pájaros tendidos en su patio. Para ellas, en cambio, fue excitante. El placer les costó la vida, pero tuvieron una muere feliz, una muerte soñada: la de la inconsciencia de la muerte (esto también lo pensó el dueño)
(2006)

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