miércoles, 13 de febrero de 2008

Un sueño nuevo

Un sueño ya muchas veces soñado, pero esta vez el final cambia: adonde antes había un laberinto, ahora hay un inmenso sótano oscuro lleno de escaleras, donde no puede hacerse otra cosa que bajar apresuradamente, trastabillando.
Afuera, un Fakir, un hombre y un caballo, esperan a que la princesa sortee la terrible prueba, aunque sin muchas esperanzas de que lo consiga. Pero ahora todo se ve simplificado –para ella- por la inclusión de escaleras y reemplazo de las paredes caprichosas, entonces, en un tiempo inesperado, por una puerta inesperada, sale despedida inesperadamente también cayendo a una callejuela pedregosa en donde el hombre y el Fakir, voltean la cabeza hacia otro lado, sin esperarla.
En simultáneo, como símbolos diseñados por una entidad que se empeña en que se comprenda algo, se ve: un espejo que se rompe, un cántaro de agua que se llena y un viejo paseando a un niño muerto en un cochecito oxidado que rechina contra el adoquín. Mientras tanto, la princesa corre, liviana, como levitando, su vestido de gasa suave que la eleva como un pájaro. En sintonía, el fakir y el hombre la miran con asombro y el caballo sale espantado, acaso percibiendo algo funesto o nuevo.
Ciertamente esta vez algo cambió: un caballo se libera y de pronto, un montón de puertas se abren. En donde antes había candados, ahora hay cerraduras abiertas de todas las casas del pequeño pueblo, invitando a explorar mundos antes vedados.
Sólo resta voluntad.
Por ahora, la princesa sólo sabe que puede entrar si quiere, pero no entra, pero no quiere. (Sabe que puede)
El hombre y el fakir se alejan.
Ella se sienta en una esquina acaso mojada, y se va deshaciendo como el azúcar, destilando dulzura en una calle oscura y con niebla que de pronto se dispersa y se vuelve clara. Ella es clara. Es agua, es vereda, es libre.
Ella es libre, es dulce, es vereda.
Ella sueña que despierta
y lo logra

No hay comentarios.: