miércoles, 5 de marzo de 2008

Bucólico

Una mecedora rota se hamaca sola.
Una casa vieja, de madera, se tambalea.
Se oye el viento violentar las ventanas endebles de la casa.
Un campo amarillo, seco, cruje bajo los cimientos de la casa de madera enclenque.
El trigal sediento.
La tierra tiembla; el cielo impávido.
Un perro ladra desesperado.
En la casa, silencio.
En el sótano, gritos.
En el campo: nadie.
Soledad y encierro.
Tarde soleada de sol calcinante.
Tarde solada de mujer sola atrapada en el sótano.
El trigo se prende fuego.
La casa peligra.
La mujer está adentro y grita abajo, pero no sabe que el trigo se prende fuego.
El perro vuelve a ladrar desesperado.
A lo lejos, lejos de la casa, un hombre camina hacia el granero.
El perro vuelve a ladrar. Busca ahora al humano.
Dos horas después, el hombre, acompañado por el perro, se acerca a la casa que se agita como una hojita ante el poder envolvente del viento. Escucha a la mujer que solloza adentro.
Busca el llanto hasta que da con la puerta del sótano. Encuentra a la mujer atada de pies y manos en un rincón del diminuto cuarto que huele a aserrín mojado.
Afuera, las llamas comienzan a quemar el campo.
Él, Ulises, sabe que tiene que hacer algo rápido. No hay tiempo para preguntas ahora. Hay que actuar.
Desata a la mujer y la saca de la casa.
La arrastra, pues ella no manifiesta voluntad de movimiento. La arrastra muda como a una muñeca que se lleva del brazo. La ropa se le impregna con la tierra seca y su pelo rubio se ensucia. Él acaricia su pelo sucio con cierta rudeza y siente entre sus dedos lo áspero de la cabellera, pero le gusta.
La mujer se deja llevar. Llora, primero en silencio y luego con mucha congoja. Grita y por fin se le entrega a sus brazos abrazando con fuerza al extraño.
Se detiene una única vez para ver la casa que ahora quedó lejos.
Se siente el olor a madera quemada.
Ella sabe que es su casa, pero prefiere cerrar los ojos y empezar a caminar sin pensar en aquello. Aferra su mano a la del extraño, sabiendo que de su vida pasada sólo quedan cenizas. Imagina que tiene que ponerse un nombre nuevo, pero todavía no lo pronuncia.
Todavía duele
y todavía tiene miedo.

No hay comentarios.: