jueves, 8 de mayo de 2008

Wizard

Wizard sale corriendo entre los telones. Telas rojas. Wizard. Telas negras. Wizard. Telas rojas, Wizard y un interminable pasillo oscuro, en donde al final de todo se encuentra Wizard.

Una puerta se abre, lejana, y Wizard sale. Sus manos están endurecidas por el frío.

Corre. Atrás queda el teatro.

Corre destartalado y hasta la voz le duele en el pecho. Mete sus manos en el sacón oscuro, y toca una llave helada. Saca la mano, la mete y la llave ya no está. Repite el ejercicio: ahora sí, está de nuevo. La llave de Wizard.

Llega a una esquina. Su mano aprieta fuerte la llave, como una forma de controlar su no desaparición, su materialidad. La llave de Wizard. Se sienta en la esquina. Aprieta la llave dentro del sacón negro. Es suya ahora la llave. La llave de Wizard.

Dos señoras pelirrojas pasan a su lado y lo miran rojas de reojo; más allá una ventana se cierra y un gato salta de un techo a otro. Esto queda atrapado en la retina de Wizard. Wizard el mago. Queda en la retina, pero no en la realidad.

Desde la esquina, ve que un pañuelo amarillo se agita en una ventana de una casa alta con balcón. El movimiento lo inquieta. Camina enceguecido, como hipnotizado por la acción, pero al llegar a la casa, ya no hay ventana ni pañuelo que se agite. ¡Pobre Wizard! Se detiene frente a la casa. Va a golpear. Pero duda ¿Qué decir? “Perdón: ¿aquí había una ventana?” No, no. Trata de clamarse. Corrobora que en su saco esté la llave. Lejos quedó el teatro. El escenario pasa por su cabeza como un recuerdo fugaz. Eleva la mirada y de otra ventana de otra casa con balcón se agita esta vez un pañuelo rojo. Wizard tiembla al pensar: “¿y si es que yo…?” Menea la cabeza como para sacarse la idea de encima. Camina despacio nunca dejando de observar el pañuelo que flamea entre la ventisca de hielo. Lo sigue, lo persigue y decide cruzar (él está todavía en la otra vereda). Ve como en un abrir y cerrar de ojos el pañuelo desaparece con casa y todo. En su lugar, un paredón blanco ciego, y el asombro de Wizard.
Siente que lo hizo otra vez. Piensa: “si sigo así, terminaré por desaparecer todo Varsovia”.

Conserva aún la llave en el bolsillo.

Echa a correr como un perro vago ante las miradas de los demás. Parece desequilibrado, revoleando los ojos como un loco. Es que no quiere mirarlos, teme posar su vista en ellos y hacerlos desaparecer. No, no lo hará.

Decide volver al teatro. Corre en dirección opuesta. Le duelen los pies en los zapatos. La respiración se agita.
Desea volver
(todo hacia atrás. Todo otra vez)

Devolver la llave
Devolver a Wizard.

Ahora en el escenario. Allí está él (o su imagen de él)
La gente aplaude. Las luces encandilan tanto que no ven a Wizard.
Y entonces se escabulle.

El Gran Houdini. Se escapa entre bambalinas.
Y a correr.
Telas rojas. Wizard. Telas negras. Wizard. Y un oscuro pasillo interminable, donde al final hay una puerta. Wizard tiene la llave, pero no sabe si usarla. Tiene miedo que del otro lado lo espere Wizard, el mago
(el verdadero)

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