martes, 20 de enero de 2009

De atrás para adelante y así

¿Adónde vas con eso?
(un hurón se mueve risueño)
Es una pregunta. ¿Adónde?
(Pero no me contesta. Hace una valija. El hurón salta la verja)
Empiezo a llorar en su indecible silencio.
Me quedo sola.

¿Adónde?

La casa se hace grande. Las paredes se alejan. Y la puerta, cerrada tras sus pasos, se clausura, se sella. Hacia acá, como si hubiera pasado un tiempo sin cuidar el jardín, crece la maleza. Todo se enmaraña y quedo atrapada en esta jungla amarilla de yuyales y pastos largos. Inmóvil, miro en dirección a la puerta que ya las plantas no me dejan ver (pero que está allí. Yo lo sé. Está allí)
Toda una vida pasa ante mí. De repente, el derrumbe. Caen las paredes de la casa. Se desploman como los merengues de una torta. Afuera se ve el cielo y un camino. Todavía estoy quieta, pero conmovida. Un impulso hace que corra. ¡Ahora! Y de pronto mis pies tropiezan con muebles en desuso y ropa vieja. Lloro porque extraño al hurón. Me doy cuenta que no tengo más que lo puesto y que no tengo cocina. ¡Tengo que encontrar una cocina! Ah, si. Tengo que encontrar eso. “Ting”, el caldero para procesar el alimento.
Me siento animada.
Un pedazo de espejo me devuelve un rostro que no parece mío. Entonces no soy yo.
Liviana, pichoncito, vuelo hacia donde estaba la casa para buscar ollas y utensilios. Al regresar, me ha crecido el pelo y piso el suelo de un lugar nuevo con zapatos lustrosos que estoy estrenando.
Ahora tengo una ventana y mi cama huele a pan recién horneado. En mi cuerpo la ausencia se hace carne. Sonrío apenas por las mañanas porque sobreviví a la tormenta. Me refugio en un rincón del mundo. Me conmisero de mi soledad.
Extraño demasiado al hurón risueño que se aleja.

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