martes, 26 de mayo de 2009

Un día como estos

La vaca lánguida estaba ahí, pastando suave en el jardín rojo, y yo más acá la espiaba semidesnudo, desde mi ventanita encortinada.
El cartero llamó a la puerta dos veces, y no lo atendí por espiar a la vaca.
Subí al cuarto. Me puse botas y una peluca rubia. Un sobretodo. Lápiz labial. Salí.
Al rato estaba en las vías, caminando travesti como una puta. Nunca me expliqué porque hice aquello. Quería hacerlo. Quería sentirme en la piel de una mujer de la calle. Me inventé una historia y me senté en el andén a esperar a alguien. Jugaba con mis botas en un charco de agua, donde vi reflejada mi cara mamarracho. Me reí. Después tuve lástima de los otros que pasaban mirándome apenados. Recordé a la vaca.
El sol se ocultó cansino.
Yo caminé entre aburrido y abrumado.
Al llegar a la esquina de casa, me quité la peluca. Me refregué la cara. Entre a la casa.
La vaca no estaba en el jardín. Norita todavía no había llegado.
Horas más tarde, los tres cenamos en silencio. Pollo con papas quemadas. Nadie habló de lo que había hecho en el día.
No me quedé para el postre. Me descompuse y estuve en el baño largas horas. Lloré sin ruido. Me acosté sin amor. Antes de dormir volví a mirar por la ventana: el pasto no era rojo. Y la vaca no estaba.

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