Delia fuiste a
la verdulería y compraste un kilo de papas y batata para el puchero. Le
quedaste debiendo cincuenta centavos a Raúl y le dijiste que se lo ibas a dar
mañana. Caminaste por la vereda de siempre con la bolsa en la mano y abriste la
puerta oxidada de tu casa, y dejaste la bolsa y le diste de comer al perro y
pusiste una olla con agua al fuego. Tenías frío, Delia, pero te reconfortaba
saber que con la comidita rica te ibas a sentir tibia, y limpiaste el mantel de
hule y afuera había tormenta y cerraste la ventana.
Delia, en tu
olla hervía el agua y afuera también hervía algo. Al perro le pasaba algo,
estaba inquieto, nervioso y le dijiste “quietecito”. Después fuiste a tu
habitación y agarraste del ropero un saquito de lana verde que había tejido tu
prima y te lo pusiste en los hombros y acomodaste algo en la mesita de luz en
donde estaba la foto de tu esposo Tito, al que hoy no miraste y al que no le
dijiste nada. Delia, volviste al comedor, arrastraste tus pies hinchados por la
humedad en unas pantuflas amarillentas y te acercaste hasta la mesada a cortar
las verduras que después echaste al agua. Delia, esperaste la comida, y como se
venía la tormenta, entraste algunas macetas con begonias para que no se
mojaran. Prendiste la televisión y miraste la
novela tranquila, mientras afuera comenzaban a caer las primeras gotas.
El perro ladró y lo retaste, y luego te levantaste, serviste el plato y comiste algunos bocados acompañada
por tu soledad. Delia, pensaste en algo. Miraste a lo lejos y tuviste un
recuerdo: un día de sol en el patio junto a Tito, y viste la parra desnuda allá
afuera y sentiste nostalgia de aquel verano. Luego volviste tu mirada al
televisor que no veías, y otra vez un recuerdo y después el viento que empezó a
soplar fuerte te asustó y te sacó de algo. Delia, miraste tu batón descolorido,
tus pantuflas gastadas, y no sabías Delia, no sabías.
Pusiste la
tapa en la olla, pelaste una mandarina, taciturna, y pensaste en cuánto
silencio había, pero después escuchaste a la lluvia y pensaste que en realidad,
llovía mucho. Aseguraste algunas ventanas, dejaste el plato en la pileta y te
fuiste a acostar. Soñaste con algo… con tu escuela, y después con Tito y también
había sol, y estabas con él de viaje, tan jóvenes, estabas con él en un lugar
que podía ser Córdoba. Y disfrutabas el sueño, Delia, disfrutabas hasta que
despertaste porque algo pasó. La habitación se oscureció y empezó a hacer mucho
frío. ¡Fue tan tarde, Delia, cuando pusiste un pie en el mosaico que quedó tan abajo!
Fue tan tarde, porque el agua ya había entrado y aflojaba la pata de tu cama
vieja. Delia, tu perro. Pensaste en él. Chapoteaste descalza. Lejos habían
quedado las chinelas. Chapoteaste descalza y a oscuras en el agua fría, y
llamaste a tu perro que quedó en la cocina y que se había subido a un banco.
Delia, no pudiste ver porque no se dejaba, pero había cosas flotando y todo
subía o se hundía, y el agua te iba quitando tu vida, de a poco, con una
paciencia de araña. Como pudiste subiste a una silla, pobre Delia, y después a
la mesa, y desde allí algo de luz reflejó el desastre, pero abrazada a tu perro
no lloraste, porque eras fuerte y porque no pudiste pensar más que en ese
abrazo. Te sentiste tan sola, Delia, pobrecita. Pensaste en un bolso, en el portarretrato
de Tito, pero era mejor no moverse y no te moviste. Cómo esperaste, Delia, en la noche
interminable que vinieran a buscarte, pero nadie vino y el agua se hizo mar. Te
adormeciste del frío y el animal tembló en tus brazos. Cuando no pudiste
sostenerlo más, se escapó y nadó hasta donde pudo y ya no lo viste. Entonces la
noche recrudeció y ahí sí temiste y le rezaste a la virgen y te pusiste a
llorar. Pobrecita, aullabas ronca. El agua te helaba la sangre, y los
pensamientos, más.
Tu pollera, Delia… flotó como
medusa y luego tu pecho también quedó sumergido, y en la oscuridad, sólo
alcanzaste a estirar el cuello y a mirar las últimas cosas: el puchero en el
agua ahora sucia, el plato flotando, el televisor como un barquito, y las
cosas, ¡las cosas! que se desmoronaban y se deshacían y resurgían, y se
despedían, como vos Delia que te
despedías sin saberlo. Tus ojos llenos de lágrimas, tu cocinita ahogada, las
paredes blandas y ahora todo blando, Delia, la lengua pesada, los brazos en
cruz, todo blando Delia, todo blanco, blando, tan blando, tan cálido, tan
lejos, Delia, tan seco… allá.
GANADOR DEL 1º Premio del IV Concurso literario nacional "Sucedió bajo la lluvia", organizado por la Biblioteca Humboldt de Santa Fe.
GANADOR DEL 1º Premio del IV Concurso literario nacional "Sucedió bajo la lluvia", organizado por la Biblioteca Humboldt de Santa Fe.
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