lunes, 22 de octubre de 2007

El hombre subeybaja


Como un castigo, en un rincón metálico, mirando más pared metálica y una botonera iluminada, el ascensorista sube y baja de la mañana a la noche. Cuando sale del cubículo (de su trabajo, de su hábitat) va a su casa con la cabeza gacha, no por tristeza ni sumisión, sino porque no la puede levantar. A sus ojos les cuesta acostumbrarse a la perspectiva, a un horizonte que se dibuje más allá de un metro. Poco a poco, mientras avanza la noche, el hombre se empieza a incorporar con cierta dificultad. Caminar tampoco le es tarea fácil: su cuerpo no puede –y tal vez no quiere- moverse. Sabe, en lo íntimo, que está perdiendo fuerza muscular y no quiere exigirse, asi que espera con ansias, el momento de la cama, o el del otro día, el del ascensor.
El momento de la cama tampoco le es demasiado grato, pues le es difícil conciliar el sueño, dado que su mente alienada, todavía siente que se está moviendo. Todos los días sueña que la cama se eleva y que luego baja bruscamente. A veces tiene la pesadilla de que se queda suspendido en algún lugar remoto, y entonces es cuando se despierta y desea con ímpetu que se haga de día para poder ir al trabajo. Sólo allí se siente seguro, en su rincón, en donde las reglas son claras y en donde no hay más imprevistos que una puerta que no quiera cerrarse.
El hombre subeybaja se siente a gusto con lo que le tocó en suerte, y su filosofía de vida está signada por su relación con el ascensor: que a veces se está en la cima y otras muy abajo, y así. Se maneja con esa verdad trillada y es feliz. Sólo se inquieta al pensar que algún día el edificio pueda decidir prescindir de su servicio. Eso es lo que más lo atormenta, por eso prefiere disfrutar de todos los días que tiene, y sentarse contento en su rincón, a vivir una y otra vez esa sensación ciega del movimiento. El movimiento por inercia. El movimiento en la quietud. Una experiencia metafísica.
(2007)

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