miércoles, 3 de octubre de 2007

Mujer roja atrapada en cuarto




Sobre una mesa blanca, tres filas perfectamente alineadas de cuatro vasos de cristal con arena. Atrás, un violoncelo como suspendido en el aire, y en la ventana, el paisaje marino invernal. Adentro, una mujer de cabellera roja se traslada con movimientos cortados hacia distintos puntos de la casa vacía de muebles. Se mueve con rapidez y luego se detiene, como si fuera una ficha viva en un tablero de ajedrez. Parece que jugara. Hay silencio. Concentración de silencio, de olor a limpio, de color blanco. Hacia aquí y hacia allí, y hacia donde se mire: soledad. Las paredes desprovistas de cuadros y de información.
Ahora salta de dos en dos los casilleros y de pronto se detiene porque ve un lago. El agua es clara y helada, como su mirada. Dos panteras negras, gemelas, atraviesan ahora la habitación como acechando. La mujer retrocede y las panteras avanzan. Se adueñan del lugar, la expulsan hacia la ventana, en donde ella siente impulsivamente unas ganas de salir, de arrojarse, pero está en un tercer piso. Lo recuerda, y mira entonces con anhelo el mar, que de lo calmo, parece una postal. Sus ojos miran más allá del agua. Lagrimean. La ventana se abre, con un golpe. El vidrio se rompe, pero el material cortante se funde en un líquido que fluye con fuerza e inunda la habitación. Ella vuelve a entrar. Flota su vestido de gasa en el agua cristalina que sigue enriqueciendo el caudal del lago. Las panteras merodean en la orilla. Ahora la orilla es la ventana y en la puerta del cuarto, crece un inmenso árbol que obstruye el paso. Unas flores amarillas, como de tela, se desprenden de sus ramas y de repente son pañuelos que se abren livianos sobre el espejo de agua, que se solidifica y se hace espejo y entonces la mujer queda atrapada en su fina lámina. Su rostro aparece sin relieve, como sufriendo, asfixiado. Las manos desgarran el vidrio. Comprende que ha quedado del otro lado, que ya no hay posibilidad de la vuelta, y su respiración se plasma en un vapor que lo empaña todo. Ahora una bruma invade el sitio tapando también las raíces del árbol y medio cuerpo de las panteras que ya se animan a pisar el lago-espejo y caminan aplastando la cara de la mujer de cabello rojo que gesticula imperceptible latiendo despacio.
La luna entra por el techo, y todo se apaga. En la habitación, queda un pantano oscuro, en donde se oyen gemidos, y después, nada.

No hay comentarios.: