martes, 2 de octubre de 2007

Por culpa nuestra

Por culpa nuestra
(Mención especial en Revista literaria Argentina Axololt 2007)

Es notable. Acá ya no se puede estar seguro. Ayer abrí una caja de té... no, en realidad, ahora que recuerdo era una tetera en donde había agua para hacer té, y me encontré con un pequeño, pequeñísimo yacaré.... yaguareté... yaramaná... yaguar. Sí, un yaguar auténtico con y griega y no con jota: yaguar, que ahora que recuerdo bien, no estaba en el agua para té, sino en la azucarera para el té, porque no había agua, sino que azúcar, muy blanca y dulce en donde la peligrosa yarará se arrastraba. Sí, digo yarará, porque ya que lo pienso un poco mejor, recuerdo que aquella era una hermosa yarará azul y roja que reptaba amenazante en mi taza de té. Sí, porque cuando quise acordar el té ya estaba servido y con ella dentro. Se meneaba contenta en la infusión hirviente, pero no se quemaba porque es obvio que ya está acostumbrada a las altas temperaturas. Digo que no se puede estar seguro, porque justamente anoche comentaban por la radio, lo variable que está la cosa (refiriéndose al clima) pero yo también se lo adjudico a la invasión de estos animalejos, porque aunque por la radio no se diga, toda la gente sabe que estamos conviviendo con estos bichos mutantes que se alojan en las cañerías de agua caliente. Se meten ahí, porque les gusta estar acogidos, apretados y tibios, pero también es posible que por la superpoblación que hay a esta altura, se los pueda encontrar en cualquier parte de la casa, como en mi baño, en donde descubrí anida una gruesa manada de elefantes africanos. Pero todos sabemos que los elefantes son inofensivos, a no ser por esos ataques de ansiedad que sufren y que les da por comerse todos los fideos de la casa. Es por eso que los dejo quedarse. A mi vecina le tocó peor, porque se le autoalojaron en la pieza un grupo de cóndores que revolotean por la noche a la hora del noticiero, e intentan picotear la guarda de papel pintada de frutas silvestres. Yo le dije a Mirta que no le convenía poner ese empapelado porque le iba a traer aves indefectiblemente, pero ella de puro coqueta, prefirió correr con el riesgo. Ahora tiene ahí a los coatíes que saltan y suben a su cama como si estuvieran en un parque de diversiones. A decir verdad, todos en el edificio sabemos de nuestros huéspedes, por los sonidos y por las bolsas de basura que cada vez salen más cargadas ya sabemos de qué. Además el jardín se está vaciando de plantas, y eso es por el daño inevitable que están provocando las jirafas, que aunque altas como un gato doméstico, se las arreglan para comerse todas las flores y las hojas, especialmente las verdeamarelas. El portero insiste con que son las hormigas coloradas, pero las hormigas negras están extinguidas y son las jirafas las que se comen las plantas, aunque las chinchillas azules no se quedan atrás. Todos quieren callar, pero todos ven. Hasta en la sopa aparecen estos animales. De pronto, se revuelve el fondo y ahí están tomándose el caldo, sobre todo en verano. Esos son los osos hormigueros, y ni que hablar de los pandas. Yo esto pensaba plantearlo en la reunión de consorcio del viernes, pero sé que los vecinos son hipócritas y me van a decir que invento. Pero ¿qué hacer? Esto se vuelve insostenible, las mentiras: “que son polillas, que las ratas, que el gato...” pero ya no hay ni roedores ni gatos comunes. Los otros han arrasado con todo, y aunque parezcan simpáticos, por su diminuto tamaño (no sé si dije que más o menos andan por los cinco centímetros de altura promedio) se ganan el cariño para después quedarse con los bienes y comerse la comida. Están organizados. Son una legión y hay que descubrir quién les mete esas ideas en la cabeza y quién fue el que los ha metido en nuestras casas. El otro día vi como dos monitos se llevaban una canasta repleta de verdura. ¡Qué indignación! la metían con prisa por la canaleta del baño. Además ahora ni siquiera esperan a que se haga de noche, trabajan a plena luz del día, van armando pequeñas colonias que se establecen primero en los ascensores, y después se dispersan atacando por grupos, huidizos, por debajo de las puertas. Y todos tenemos la culpa, todos somos cómplices. Si nos invadieron es porque les dimos el lugar, porque no somos fuertes, porque no estamos unidos. Nos convencieron con sus encantos, pero se están quedando con todo. Si yo misma, hasta les tejí unas mantitas para que pudieran dormir calentitas las nutrias y las ardillas. Así me pagaron... royendo todos mis muebles. Por lástima, se los terminé dando después. Ahora pienso que esto así no puede seguir. Creo que Norma, la del B, también ya está harta, a ella las panteritas rayadas se le alojaron en el bajo mesada y le tomaron los cajones de los platos y cubiertos, y yo sé lo importante que era esa vajilla para ella. Quizás sea mi aliada, aunque tengo que poder conseguir más. Yo observo las caras de los otros. Estamos exhaustos. Ya no dormimos con tanto chillido y revoloteo descontrolado. No, hay que hacer algo. Estoy decidida. O vamos a terminar por dejarles el edificio entero. No lo van a conseguir. Ahí me está mordisqueando un pie un cocodrilo verde. ¿No digo? Si los seguimos dejando, van a hablar con nuestros teléfonos y se van a poner nuestras ropas. ¡Pero qué lindos son!

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