martes, 2 de octubre de 2007

Sorpresa de cumpleaños



De la torta de cumpleaños salieron dos polillas enormes, juntas, pegadas, intrincadas, gemelas, con unas alotas gigantes que se desplegaron rápidamente asustando a los invitados y al niño que se disponía a soplar las velas.
Emergieron del pastel haciendo abrupta fuerza por salir de la crema y se menearon frente a todos sembrando estupor. Sus cuerpos amarronados despedían una especie de polvo brillante que pronto se esparció por el lugar provocando toses y estornudos, y sus cabezas de gusano se retorcían asquerosamente, como burlonas. Su tamaño era inusual: podía vérseles perfectamente la boca, una boca que engullía bizcochuelo y dulce de leche, una boca-torno-agujereadora que amenazaba ahora con seguir devorando lo que se pusiera ante su paso. Era horrible pensar que habían estado morando allí adentro, en la torta en que la madre de Sebastián, el cumpleañiero, había estado trabajando toda la noche. La torta estaba apolillada, horadada por estos bichos invasores, y el episodio había arruinado la fiesta. A nadie le causó gracia la exhibición de tamaños insectos. La gente dejó de cantar. Se sorprendió, y después se asustó y después se indignó (todo en ese orden) Algunas madres de otros niños, comenzaron a prestar minuciosa atención a la higiene del lugar. Observaron vasos y mesa, pisos y ventanas y pronto se vieron recorriendo todo el perímetro de las habitaciones buscando pruebas como si fueran inspectores del Estado. Los niños dejaron de jugar, Sebastián lloraba y su madre se moría de vergüenza acorralada por las miradas en un rincón de la casa. Mientras tanto, las mujeres adueñándose totalmente del sitio, habían desplegado en cuestión de segundos una comisión investigadora que merodeaba con malicia y metía sus narices en cada mueble y cada objeto. Después de recorrer el baño y la planta alta, una de ellas, con voz grave, dijo: “Acá hay nido. Hay que encontrar el nido”. Entonces la música dejó de sonar, se destendió la mesa, se incautó la torta como prueba, se tiraron los vasitos plásticos y la gaseosa, y todo lo que fuera comestible. Luego se procedió a desmantelar todo el área. Los niños fueron llevados al patio junto con Sebastián, el anfitrión. La madre fue obligada a mirar y a autorizar aberturas de puertas y cajones sospechosos. Pronto la casa estuvo tomada y al cabo de un rato nada quedó en su lugar. Las mujeres se metían como ratas en los recovecos y escarbaban con el objetivo de encontrar polillas o insectos peores. La líder, seguía diciendo: “Hay que encontrar el nido. Acá hay nido”, pero el nido no aparecía y esto empezaba a ponerla furiosa. La madre lloraba de la impotencia al ver cómo iban destrozando su casa: primero las polillas y ahora ellas. Las polillas, las supuestas polillas... Y ahora ellas, las mujeres, las madres guardianas del bienestar y la sanidad. Las supuestas guardianas... en cuestión de horas... un hogar destruido... las polillas. Acá hay nido. Hay que encontrarlo. Entonces con herramientas improvisadas, el pequeño ejército picó paredes y pisos y techos. Como enormes polillas fueron taladrando lo que se veía sólido. Hicieron agujeros, rompieron por gula y cuando estuvieron convencidas de que ya no podía hacerse más nada, se marcharon con las bocas deformadas de tanto comer, presumiendo, como lo habían hecho antes las polillas de la torta.
Se hizo la noche.
Los niños quedaron olvidados en el patio.
La torta se fue pudriendo a un costado, junto a la madre de Sebastián.

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