martes, 2 de octubre de 2007

Transformaciones



A las nueve ya tenía cara de nuez, una nuez madura y envasada y puesta a la venta en un supermercado de centro. A la noche, ya una señora rubia me había comprado y llevado hasta su gran casa en donde me dejó guardada en una alacena tan triste y amplia como la cara de la señora compranueces para hacer budín hamburgués de Hamburgo, pero en el barrio de Flores, sin flores porque es otoño.
La transformación de mi vida a nuez no fue dolorosa. El dolor lo sentí cuando el marido de la señora cascó mi cáscara contra una mesa de madera gruesa. Entonces me dije: “estoy sonada” y fue así, pues de mi cuerpecito aceitoso salió un estrepitoso sonido y entonces me partí en varios pedazos. Otra vez, otra vez mutar y ser una cosa nueva. Deshacerme. Transformarme. Una parte de mí al suelo, y otra a una masa viscosa con aroma a vainilla. ¡Qué extraño! Estar en dos lugares a la vez: en el suelo de granito frío, y en una masa tibia que se hizo más dura y esponjosa cuando el calor del horno la coció. Ahora era sólo esperar algo más, algo más sorprendente como ser comida, ser alimento de alguien que una vez fue como yo, o al revés.
Es la primera vez desde aquellos minutos extraños hasta ahora, que siento nostalgia por aquel cuerpo. Mejor es que no piense y que me deje llevar, como lo vine haciendo hasta ahora, como cuando mi cara se volvió rugosa y marrón y de pronto me vi en esa cajita de madera más pequeña y asfixiante que la anterior. Mejor es que deje de soñar, que cierre los ojos de una buena vez o lo que fuera que haga que mi sistema se apague. No, no por favor. ¿Por qué estoy hablando así? ¿en dónde estoy ahora? ¿qué soy? ¿qué soy?

1 comentario:

Anónimo dijo...

hermana mia, quiero decirte que es maravilloso lo que haces con las palabras , me encanta y como siempre te digo , me da orgullo que seas lo que sos hoy , una gran mujer, te adoro. pao