sábado, 28 de noviembre de 2009

La oveja negra en el talón


El día:

La tarde estuvo como detenida, hasta que Laura vio a la oveja negra. No puede explicar todavía su aparición, pero no importa, porque la oveja lobo algodón, dientes amarillos afilados -todo ternura y dolor- la arrinconó en la sala de estar, mientras ella limpiaba una alfombra, con las rodillas clavadas al suelo y un tentador trasero en falda rosa que se bamboleaba como provocando. No la escuchó entrar, pero la sintió venir. Un frío le recorrió el pescuezo. Giró la cabeza despacio y allí la vio, como un corderito de dios iluminado por un aura negra que inspiraba terror y le enviaba, a través de mensajes telepáticos, imágenes horrorosas de sangre amarilla y líquido sinovial extraído de articulaciones rotas, de huesos evidentemente dañados por instrumentos quirúrgicos utilizados con seguridad por algún asesino a sueldo.
Laura tembló. Subió como pudo al mullido sillón que pareció tragársela. El animal se acercó. Las imágenes cesaron de transmitirse, y en el ojo de Laura sólo había lugar ahora para la cara de la bestia que se le vino encima con la fuerza de un león. Forcejearon. Laura cayó al piso, y ahí fue que el animal le hincó los dientes en el talón. La mordió a plena luz del día, con la impunidad de una ventana abierta. La mordió a plena luz del día. Nadie la vio entrar; nadie la vio salir. Teme que esta noche vuelva. Lo presiente. Pero no se lo dirá a Tim.

La oveja negra le mordió el talón y ella sangró. Después vino Tim y pidió que le preparara un baño caliente. Laura estaba deshecha. Subió las escaleras. Sacó del placard dos toallas bordadas con tréboles negros de cartas de póker, y las puso sobre la cama. En el baño, abrió la ducha y una bañera pronto se llenó de un agua dulzona y tibia como de río. Tim subió. Laura volvió al cuarto. Buscó allí un zapato. El otro pie supuraba. Tim entró a la ducha. Laura lo sintió en el agua y se acordó de un verano en las playas de costa verde. Al mismo tiempo Tim recordaba una paliza que su padre había dado a su abuelo. El viejo maniatado. El chico mirando. El padre de Tim con la cara azul de furia. Afuera estaba el triciclo, que pronto se llevó lejos a Tim a la plaza. Él y su triciclo, y su abuelo padeciendo maniatado en la casa.
Tim se hunde en la bañera. Juega a aguantar la respiración debajo del agua. Juega a no acordarse. Su cabeza explota, se eyecta hacia fuera: ¡Laura! ¡La cena!
Laura renguea. Busca su otro zapato, su zapato verde de cuerina verde. Busca porque un pie quedó descalzo, el herido, el de la oveja que le duele. Pero no se lo dirá a Tim. No, no. Descongelará el pollo y pensará en la tarde, y pensará en la lista del supermercado y le agregará gasas. No le dirá una sola palabra a Tim. Hablarán de la casa de campo, de las nuevas reparaciones, de los gastos. Ella hablará de la casa. Tim sólo la escuchará o pensará en la pesca mientras finge escucharla, y mientras piensa en que no es conveniente preguntar por la estela de sangre que recorre la casa. Olvidará la idea y pescará algo grande, algo monstruoso. La noche pasará blanca. La música sonará suave, y se irán acostar sin ni siquiera mirarse. Por eso es que Tim no descubrirá la herida de Laura. Por eso es que Tim no le hablará tampoco de la oveja.

La noche:

(Tim)
Un barco se incrusta por la ventana de su casa. Hay cadáveres en el comedor. Charcos de agua con olor a pescado. Tim está a salvo. Busca gente. No conoce a nadie, pero él es Tim, lo sabe, él es Tim. Un niñito se le acerca llorando. También es Tim. Tiene tres monedas antiguas en la mano. Las ofrece a Tim, pero él no puede sostenerlas. Pesan como plomo. El niñito pregunta por su madre. Tim no la conoce, pero sabe que está muerta, tirada en alguna parte de la casa. Laura baja del cuarto con un vestido radiante, rojo, de fiesta. Camina entre la gente como si le fuera natural la escena. Levanta al niño, y se lo lleva. Tim comprende que ese es su hijo. Y que Laura es la madre muerta.

(Laura)
Ella corta dos rosas en el jardín. Dos enormes rosas de color naranja. Tiene guantes. Es cuidadosa. Es una hermosa tarde de sol. El pelo le brilla. La brisa es cálida. Un pétalo de la flor se cae. Laura se agacha para recogerlo, y entonces descubre que sus dos pies están vendados. “Sin duda ha sido la oveja”, piensa. Entonces no ha sido un sueño. Los pies le sangran. La oveja ha pasado otra vez por allí, también en la noche.

La mañana:

La mañana es fría y Tim no quiere salir de la cama. Laura ya se ha levantado. La herida le duele llantos. Los talones le rechinan.
Llama a Tim. No soporta que pase tantas horas en la casa. El desayuno descansa en la mesa. Ella ya ha tomado su leche, y volverá a acostarse cuando por fin Tim se vaya del cuarto. Evitará que la vea mordida. No querrá discutir aquello con él; él tampoco querrá abrir lazos con ella. Preferirá que piense que sólo le importa la pesca, y la verdad es que Tim sólo piensa en anzuelos ensangrentados, mandíbulas rotas y quijadas desencajadas. Tim es atrapado cada día en esas redes, mientras que a Laura la muerden ovejas.
Otras cosas por el estilo han pasado también otros años, en épocas poco felices como las de ahora. Escorpiones en los azulejos del baño, y arañas anidando en pantuflas, arañas que sólo vio Laura en tardes de soledad anaranjadas. Una vez sucedió algo que a ella la angustió mucho. Tuvo un sueño: soñó que su cama estaba podrida, atestada de insectos y cucarachas. En la mañana despertó llorando. Arrancó las sábanas y despedazó el colchón con un cuchillo de cocina. No encontró nada, pero sospechó verdades terribles. Llamó a Tim, y esa noche discutieron, y tal vez un abismo se haya abierto entre ellos. Por eso es que ahora prefiere no hablarle de la oveja. Ella sabe lo que pasa cuando aparecen ovejas de la nada. Vienen de esos lugares tan oscuros, salen de ahí, de esos sótanos de los que se zafan con una habilidad que sorprende y asaltan cualquier tarde de otoño o verano. A veces sólo se quedan horas en un ropero, o en un patio. Otras, muerden, dejando terribles mordidas en tobillos o talones. Y se van sembrando dudas. Las siembran.
Laura las cosecha. Tim sale por fin de la casa.
No se miran, ni se besan.
Tim sale por fin de la casa.
Y Laura cierra la puerta.

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