viernes, 5 de febrero de 2010

Varias a la canasta


Una tarde cualquiera, en una casona de Campodónico, mujeres de alta alcurnia juegan endiabladas al ticket-canasta. Las horas pasan mareadas, desdibujan la tarde, la borronean, y las mujeres continúan apostando risueñas, pastelitos de membrillo y joyas caras de París. Ya no se las ve bajo la luz cansina que cae sobre la mesa, pero se las escucha chillar como langostas, y esto hasta podría resultar divertido, sí. Pero… la noche se adueña, afuera hace frío, los maridos no vendrán a buscarlas, ellas no se quejarán y ocurrirá algo horrible en la madrugada (para ser más precisos, a las tres de la mañana.)
Tres horas anteriores al meridiano, por la hendidura de la puerta cancel que da a la entrada principal, una raya fina se cuela y desde el suelo se levantan unos cimientos azules al compás de una música suave, que empiezan a poner el tono de lo que después será una trágica, pero bella escena.
Ya están todos los elementos que marcarán el destino que algún dios tenía preparado para esta noche: las mujeres a la mesa, el clima azulino, el alcohol en sangre y la raya.
En la pequeña habitación, sólo ellas, agotadas, empedernidas, después de horas de jugar y jugar cartas. Tan absorbidas están entre tréboles y ases, que no pueden advertir la intromisión de la raya, que se ha colado muda por la hendija de todas y cada una.
Las señoras almidonadas ríen burlonas, acaso divertidas, y la raya, por lo bajo, hace de las suyas: las va rayando hasta sesgarles los pies. Judith, al levantarse para tocar la campanilla, es la primera en sentir algo, pues al erguirse, se rebana prolijamente al medio y es la raya la que le ha dado el corte perfecto. Desdoblada, su mitad izquierda camina hacia el living, y la otra, retrasada, queda inmóvil, entendiendo pavorosa algo de la situación. Una amigota monigote con cogote, al verla, transpira la bota: “¡Por dios, Judith! ¡te has hecho dos!” Las demás miran absortas sin saber a quién deben escuchar ahora. La mitad de Judith que se había ido hacia el living, regresa asombrada y dice a las amigas: “¡estoy a-sombrada! ¡Tráiganme dos sombreros! ¡no tengo sombra, pero sí doble forma!” (y señalando su otra mitad): “¡y “Ella” me completa!” Todas ríen eclécticas. Una parte de Judith se mira con la otra y ambas sienten unas inmensas ganas de bailar. ¡Que se arme la fiesta! La raya se anima, al ver lo que es capaz de provocar en las mujeres. Toma ahora a Nora, la rebana, y entonces Nora también se deshace en dos figurillas que encastran. Parece liberada y sonríe satisfecha. La raya entonces se engolosina: sube de un salto a la mesa y de allí se zambulle violenta en la barriga de Mariacelia. Como un leñador la rodea hasta cerrar la circunferencia. La mitad de arriba de Mariacelia cae como un tronco; la otra queda aferrada a la silla. Todos los ojos miran el torso- cabeza de Mariacelia que tiene los ojos abiertos y quietos. Se produce un profundo silencio. Comienza a hacer frío. La raya se pasó de la raya. Mariacelia está muerta. Judith reacciona: azuza enfurecida a Nora; ésta llora y busca a su otra parte, y al darse cuenta que fue recortada, se desmaya (dos veces)
Que la fiesta termine. Todas afuera de mi casa, que cada una agarre su parte y se vaya. Esto es horrible, horrible. Que alguien se lleve a Mariacelia. Pero ninguna reacciona. Lo azul se pone negro y de la raya no queda huella. Nora se recompone de su desmayo, se acerca al costado derecho de Judith, y le dice a su sola oreja: “ya no se puede hacer nada, ¡si todas estamos muertas!”

1 comentario:

Rodrigo dijo...

Genial el relato (ex) profe. Impacta, provoca que te quedes ahí sentado, medio extrañado, pensando en todo lo que dice y en cómo lo dice.

Y como es costumbre, desde que descubrí de casualidad su blog, leer sus textos mezcla de ficción-fantasía-realidad-delirio-lucidez en la locura-etc., etc., etc., genera placer.

No sé si se acordará de mí ja.
Rodrigo (Fonollosa)