viernes, 8 de abril de 2011

No... lo sé.


Vos me dirás cómo empezó esto. Yo… no lo sé. Un día la vida. Un día mi pierna. Un día el hueso. El hueso… el hueso… el corazón del hueso.
Miraron la radiografía y estaba hueco, y eso estaba ahí. Hueso de muerto.
Después la intervención.
Abrir.
Cortar.
Extirpar.
Astillar.
Extraer.
Cambiar.

Yo y una pierna de metal. Yo y la pierna ajena. Lo ajeno. Vos me dirás. ¿Fue ahí que empecé a ser otra?
¿Cuándo cambió mi rostro, que no me di cuenta?
¿Cuándo la gente empezó a mirarme de otra manera?
¿Cuándo envejecí?
¿Cuándo desapareció mi juventud?

Mi piel ajada. Las canas. Las arrugas. Los achaques.

¿Cuándo fue?
¿Y mientras tanto qué?

Me reconstruyeron, de a poquito, y no me di cuenta.
Primero fue un diente, luego una uña postiza. Más tarde una peluca. Y después la pierna.

          Ya no soy yo.

Mis ojos no son los que antes miraban las cosas con cierto brillo.
Las “cosas” se han gastado.
El mundo se “gastó”.

Y yo con él.
Y yo con él.

Miedo a la vejez, vos dirás.
Yo no me di cuenta.

¿Cuándo es que empecé a decir “viejo”?
¿Cuándo es que empecé a sentir el peso en mi espalda?

Y las cosas cambiaron, cambiaron.

Mi vientre, mi corazón.

                                         Y mi alma.

Un árbol creció en la puerta de mi casa, y yo me quedé mirando la semilla.
Al principio no me pareció.
Al principio no me dolía.
Al principio no me importaba.

Pero ahora.
Pero ahora.

Me parece.
Me duele.
Me importa.

Ahora me pesa.
Ahora los ojos.
Ahora la ventana.

El camino se acorta.
La vejez, la vejez.

¿Cuándo fue que empezó todo esto?
Tu infancia me pone cara a cara con la muerte.

Vos me dirás, cuando seas más grande…
Yo te digo: que la vida me pasó.
                                                     Y no me di cuenta.

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